Además
de la colonia Juárez, fueron muchas las colonias que aparecieron a partir de
1850 hasta principios del XX, transformando por completo la fisionomía urbana del
centro y sus alrededores, como por ejemplo la Santa María la Rivera (1862), la
Guerrero (1880), y otras que ya no existen nominalmente, pero sí físicamente
dentro de una colonia de formación posterior como la Juárez (1906), que se
formó con la de los Arquitectos (1859), la Bucareli (1891), la de la Teja
(1882) que después se llamó del Paseo, y la Nueva del Paseo (1903).
¿Qué
fue lo que originó este boom inmobiliario? ¿Qué sucedía mientras se tomaban
estas decisiones? Para ubicarnos en el tiempo, revisaremos fugazmente algo de
la historia de nuestro país desde 1821, año en el que se consumó la Guerra de
Independencia.
Y
fue a don Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu al que le tocó orquestar
este suceso tan importante: finalmente México era libre del pesado yugo
español. Agustín de Iturbide fue originalmente realista, y se alió con Vicente
Guerrero para oponerse al Virrey Juan O´Donojú, consumando así la lucha armada,
cosa que formalizó cuando se firmaron los Tratados de Córdoba el 24 de agosto
de 1821.
Terminó
así la guerra y comenzó la discusión acerca del régimen con el que se
gobernaría la núbil nación mexicana: monarquía o república.
La entrada
a la ciudad de México que hizo Agustín de Iturbide —que meses más tarde se
coronaría como Agustín I dando inicio al breve primer imperio mexicano que duró
de 1822 a 1823, cuando él abdicó—al frente del invencible ejército trigarante
fue triunfal. Sin embargo las condiciones en las que quedó el país y, las que
presentaba la urbe que heredamos de la era Virreinal no era precisamente
triunfal, muy por el contrario.
En
la primera mitad del siglo XIX la capital del México Independiente presentaba
serios problemas de funcionamiento urbano derivados de la construcción que
hicieron los conquistadores sobre la ciudad prehispánica. Si bien los aztecas
habían resuelto los problemas hidráulicos de la Gran Tenochtitlán por medio de
canales, chinampas, y obras monumentales como el famoso Albarradón de
Nezahualcóyotl, los españoles se empeñaron en destruir todo para fabricar la
nueva traza de la ciudad colonial: comenzaron con el sitio de 80 días que
impusieron a la ciudad cortando los suministros de agua potable, y abriendo
canales más profundos para poder penetrar a la ciudad con sus bergantines,
entre otras acciones que consumaron con la rendición de los aztecas. No sólo se
afanaron en demoler las pirámides y edificaciones que existieron para obtener
materiales con qué armar los nuevos edificios, sino que también decidieron
implementar los mecanismos necesarios para restaurar suministros, no siempre de
manera afortunada: la desecación de canales, ríos y lagunas, la tala de
árboles, y la depredación que sufrió el entorno prehispánico transformaron a la
anterior saludable ciudad azteca en un hoyo de agua estancada.
Los
efectos de estas obras seguían manifestándose en la ciudad del siglo XIX con
inundaciones, falta de abasto de agua potable, y lo más grave: un terrible
problema de salud que, complementado con las carencias propias de los tiempos
de posguerra producían constantes epidemias.
Este
fenómeno no era tampoco exclusivo de la Ciudad de México, ya que la mayoría de
las ciudades de este siglo compartían las mismas problemáticas dado el escaso
desarrollo tecnológico en infraestructura urbana de la época: los sistemas de
drenaje eran prácticamente inexistentes en las grandes urbes, normalmente tanto
gente como animales —por ejemplo, los caballos y mulas que eran el medio de transporte
regular— defecaban en las calles, plazas y rincones de la ciudad. Igualmente la
basura era arrojada fuera de las casas, de los negocios como mercados, rastros,
oficinas, y demás edificios, a la vía pública permaneciendo ahí hasta que
llegaban los carromatos del ayuntamiento por la tarde o noche a recoger y
limpiar las calles.
Otro
punto que afectaba la ciudad eran los muertos —asunto crítico en tiempos de
guerra o epidemias, en el que se incrementaban los cadáveres—, los panteones
normalmente se encontraban dentro de las propiedades eclesiásticas pues era de
gran importancia que los restos de la gente descansaran en tierra consagrada,
aunque ésta no fuera suficiente para alojar a tanto muerto. Sólo en casos
extremos como en los epidémicos se implementaban fosas comunes en áreas fuera
de la ciudad por el volumen de cuerpos de los que había que disponer.
Desafortunadamente éstos llegaban a ser tantos que no se enterraban con
suficiente profundidad y eran de fácil acceso para los perros que se los
comían, y con frecuencia los arrastraban a las zonas habitadas generando
espectáculos verdaderamente lúgubres.
Las
calles empedradas se limitaban a unas cuantas en el centro de la ciudad,
quedando la mayoría de terracería, y lo mismo pasaba con el alumbrado público,
los faroles y lámparas se distribuyeron en las calles principales quedando las
demás sin luz, ofreciendo cobijo a los malhechores nocturnos.
El
agua potable se traía de Chapultepec y de Santa Fe por medio de acueductos,
pues aunque los niveles freáticos del centro permitían implementar pozos en las
casas y edificios, el agua que se extraía de ellos no era apta para su consumo.
Los
acueductos distribuían el agua a las casas de gente importante, iglesias,
monasterios, y algunos edificios públicos que tenían salidas para que la gente
llegara con sus cántaros y transportara el agua a otros edificios de menor
rango, al resto de las casas, o a los pueblos de indios que se habían relegado
a las orillas de la ciudad. Había personas que se dedicaban a transportar estos
contenedores que se les llamaba “aguadores”; ellos eran parte del tránsito
cotidiano de las calles de la ciudad.
Este
mecanismo urbano funcionaba mientras el país sufría guerras internas y externas
que no dejaban de sucederse o de traslaparse. Durante este período las arcas
del país estaban exhaustas y las deudas que se contraían ya fuera en el
extranjero o en el interior, financiaban al también exhausto ejército que no se
daba abasto para resistir las frecuentes intervenciones, levantamientos e invasiones
de las que era objeto el país.
Política exterior
Los
primeros en reconocernos como nación independiente fueron los estados
americanos, o mejor dicho, sudamericanos: Chile, Colombia y Perú en 1822,
Estados Unidos en diciembre de ése mismo año, aunque mandó a su representante
—Joel R. Poinsett— hasta 1825, Gran Bretaña nos reconoció en 1825; Francia,
aunque ya hacía negocios desde 1827 extendió un reconocimiento poco formal
hasta 1831; España —con todo y su fallido intento de recuperarnos como colonia
en 1829— y el Vaticano hasta 1836.
Política interior
En
1823 Centroamérica votó su separación de México, y varios estados se
confederaron como entidades independientes: Chiapas se separó junto con la
Capitanía de Guatemala, Nueva Galicia formó el Estado libre y soberano de
Xalisco, Zacatecas, Oaxaca, y Yucatán se levantaron en armas. Daba la impresión
de que el país naciente se desmoronaba.
Con
la Constitución de 1824 se consolidó el federalismo mexicano que reconoció la
soberanía de los estados, y logró mantener unido al territorio permitiendo la
anexión de Chiapas en ese mismo año.
Otro
hecho relevante fue la guerra contra Estados Unidos por el territorio de Texas,
que terminó con la entrada a la capital de los invasores y la pérdida de más de
la mitad del territorio nacional en 1856, y definiendo la frontera norte que
actualmente tenemos. Nota: desde 1825 Estados Unidos había propuesto a México
bajar su frontera hasta el Río Bravo, mas don Lucas Alamán, el entonces
encargado de los asuntos exteriores se negó por completo a contemplar esa
posibilidad.Volviendo a la Ciudad de México, todos estos eventos, más las luchas entre conservadores, liberales, monarquistas, logias masónicas, y demás rebeldes ocasionaron que financieramente el país entrara a un círculo vicioso: había una gran deuda externa, se generó una creciente deuda interna con intereses altísimos para pagar la externa, y el erario público estaba preso en manos de sus acreedores, de los cuales los más voraces fueron los famosos agiotistas.
El agio lo conformaban los comerciantes-banqueros mexicanos que aprovecharon la oportunidad de oro y prestaron altísimas sumas de dinero al gobierno. Ellos se concentraban en la ciudad de México para tener a su cliente cerca, en la Sociedad de Comercio y en la Lonja de la Ciudad.
Las fuentes
Hernández
Franyuti, Regina (coord.) La Ciudad de
México en la primera mitad del siglo XIX. Instituto de Investigaciones
Doctor Jose María Luis Mora. México: 1997.
Lira,
Andrés (comp.) Espejo de discordias.
Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora, Lucas Alamán. Secretaría de
Educación Pública. México.
Vázquez,
Josefina Zoraida. “Los primeros tropiezos”. Historia
General de México. El Colegio de México. México: 2000.
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