sábado, 6 de octubre de 2012

Del contexto que rodeó la fundación de la Juárez

La historia

Además de la colonia Juárez, fueron muchas las colonias que aparecieron a partir de 1850 hasta principios del XX, transformando por completo la fisionomía urbana del centro y sus alrededores, como por ejemplo la Santa María la Rivera (1862), la Guerrero (1880), y otras que ya no existen nominalmente, pero sí físicamente dentro de una colonia de formación posterior como la Juárez (1906), que se formó con la de los Arquitectos (1859), la Bucareli (1891), la de la Teja (1882) que después se llamó del Paseo, y la Nueva del Paseo (1903).

¿Qué fue lo que originó este boom inmobiliario? ¿Qué sucedía mientras se tomaban estas decisiones? Para ubicarnos en el tiempo, revisaremos fugazmente algo de la historia de nuestro país desde 1821, año en el que se consumó la Guerra de Independencia.

Y fue a don Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu al que le tocó orquestar este suceso tan importante: finalmente México era libre del pesado yugo español. Agustín de Iturbide fue originalmente realista, y se alió con Vicente Guerrero para oponerse al Virrey Juan O´Donojú, consumando así la lucha armada, cosa que formalizó cuando se firmaron los Tratados de Córdoba el 24 de agosto de 1821.
Terminó así la guerra y comenzó la discusión acerca del régimen con el que se gobernaría la núbil nación mexicana: monarquía o república.

La entrada a la ciudad de México que hizo Agustín de Iturbide —que meses más tarde se coronaría como Agustín I dando inicio al breve primer imperio mexicano que duró de 1822 a 1823, cuando él abdicó—al frente del invencible ejército trigarante fue triunfal. Sin embargo las condiciones en las que quedó el país y, las que presentaba la urbe que heredamos de la era Virreinal no era precisamente triunfal, muy por el contrario.

En la primera mitad del siglo XIX la capital del México Independiente presentaba serios problemas de funcionamiento urbano derivados de la construcción que hicieron los conquistadores sobre la ciudad prehispánica. Si bien los aztecas habían resuelto los problemas hidráulicos de la Gran Tenochtitlán por medio de canales, chinampas, y obras monumentales como el famoso Albarradón de Nezahualcóyotl, los españoles se empeñaron en destruir todo para fabricar la nueva traza de la ciudad colonial: comenzaron con el sitio de 80 días que impusieron a la ciudad cortando los suministros de agua potable, y abriendo canales más profundos para poder penetrar a la ciudad con sus bergantines, entre otras acciones que consumaron con la rendición de los aztecas. No sólo se afanaron en demoler las pirámides y edificaciones que existieron para obtener materiales con qué armar los nuevos edificios, sino que también decidieron implementar los mecanismos necesarios para restaurar suministros, no siempre de manera afortunada: la desecación de canales, ríos y lagunas, la tala de árboles, y la depredación que sufrió el entorno prehispánico transformaron a la anterior saludable ciudad azteca en un hoyo de agua estancada.

Los efectos de estas obras seguían manifestándose en la ciudad del siglo XIX con inundaciones, falta de abasto de agua potable, y lo más grave: un terrible problema de salud que, complementado con las carencias propias de los tiempos de posguerra producían constantes epidemias.

Este fenómeno no era tampoco exclusivo de la Ciudad de México, ya que la mayoría de las ciudades de este siglo compartían las mismas problemáticas dado el escaso desarrollo tecnológico en infraestructura urbana de la época: los sistemas de drenaje eran prácticamente inexistentes en las grandes urbes, normalmente tanto gente como animales —por ejemplo, los caballos y mulas que eran el medio de transporte regular— defecaban en las calles, plazas y rincones de la ciudad. Igualmente la basura era arrojada fuera de las casas, de los negocios como mercados, rastros, oficinas, y demás edificios, a la vía pública permaneciendo ahí hasta que llegaban los carromatos del ayuntamiento por la tarde o noche a recoger y limpiar las calles.

Otro punto que afectaba la ciudad eran los muertos —asunto crítico en tiempos de guerra o epidemias, en el que se incrementaban los cadáveres—, los panteones normalmente se encontraban dentro de las propiedades eclesiásticas pues era de gran importancia que los restos de la gente descansaran en tierra consagrada, aunque ésta no fuera suficiente para alojar a tanto muerto. Sólo en casos extremos como en los epidémicos se implementaban fosas comunes en áreas fuera de la ciudad por el volumen de cuerpos de los que había que disponer. Desafortunadamente éstos llegaban a ser tantos que no se enterraban con suficiente profundidad y eran de fácil acceso para los perros que se los comían, y con frecuencia los arrastraban a las zonas habitadas generando espectáculos verdaderamente lúgubres.

Las calles empedradas se limitaban a unas cuantas en el centro de la ciudad, quedando la mayoría de terracería, y lo mismo pasaba con el alumbrado público, los faroles y lámparas se distribuyeron en las calles principales quedando las demás sin luz, ofreciendo cobijo a los malhechores nocturnos.

El agua potable se traía de Chapultepec y de Santa Fe por medio de acueductos, pues aunque los niveles freáticos del centro permitían implementar pozos en las casas y edificios, el agua que se extraía de ellos no era apta para su consumo.
Los acueductos distribuían el agua a las casas de gente importante, iglesias, monasterios, y algunos edificios públicos que tenían salidas para que la gente llegara con sus cántaros y transportara el agua a otros edificios de menor rango, al resto de las casas, o a los pueblos de indios que se habían relegado a las orillas de la ciudad. Había personas que se dedicaban a transportar estos contenedores que se les llamaba “aguadores”; ellos eran parte del tránsito cotidiano de las calles de la ciudad.
Este mecanismo urbano funcionaba mientras el país sufría guerras internas y externas que no dejaban de sucederse o de traslaparse. Durante este período las arcas del país estaban exhaustas y las deudas que se contraían ya fuera en el extranjero o en el interior, financiaban al también exhausto ejército que no se daba abasto para resistir las frecuentes intervenciones, levantamientos e invasiones de las que era objeto el país.
Política exterior

Los primeros en reconocernos como nación independiente fueron los estados americanos, o mejor dicho, sudamericanos: Chile, Colombia y Perú en 1822, Estados Unidos en diciembre de ése mismo año, aunque mandó a su representante —Joel R. Poinsett— hasta 1825, Gran Bretaña nos reconoció en 1825; Francia, aunque ya hacía negocios desde 1827 extendió un reconocimiento poco formal hasta 1831; España —con todo y su fallido intento de recuperarnos como colonia en 1829— y el Vaticano hasta 1836.
Política interior

En 1823 Centroamérica votó su separación de México, y varios estados se confederaron como entidades independientes: Chiapas se separó junto con la Capitanía de Guatemala, Nueva Galicia formó el Estado libre y soberano de Xalisco, Zacatecas, Oaxaca, y Yucatán se levantaron en armas. Daba la impresión de que el país naciente se desmoronaba.
Con la Constitución de 1824 se consolidó el federalismo mexicano que reconoció la soberanía de los estados, y logró mantener unido al territorio permitiendo la anexión de Chiapas en ese mismo año.
Otro hecho relevante fue la guerra contra Estados Unidos por el territorio de Texas, que terminó con la entrada a la capital de los invasores y la pérdida de más de la mitad del territorio nacional en 1856, y definiendo la frontera norte que actualmente tenemos. Nota: desde 1825 Estados Unidos había propuesto a México bajar su frontera hasta el Río Bravo, mas don Lucas Alamán, el entonces encargado de los asuntos exteriores se negó por completo a contemplar esa posibilidad.

Volviendo a la Ciudad de México, todos estos eventos, más las luchas entre conservadores, liberales, monarquistas, logias masónicas, y demás rebeldes ocasionaron que financieramente el país entrara a un círculo vicioso: había una gran deuda externa, se generó una creciente deuda interna con intereses altísimos para pagar la externa, y el erario público estaba preso en manos de sus acreedores, de los cuales los más voraces fueron los famosos agiotistas.

El agio lo conformaban los comerciantes-banqueros mexicanos que aprovecharon la oportunidad de oro y prestaron altísimas sumas de dinero al gobierno. Ellos se concentraban en la ciudad de México para tener a su cliente cerca, en la Sociedad de Comercio y en la Lonja de la Ciudad.
Las fuentes

Hernández Franyuti, Regina (coord.) La Ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX. Instituto de Investigaciones Doctor Jose María Luis Mora. México: 1997.

Lira, Andrés (comp.) Espejo de discordias. Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora, Lucas Alamán. Secretaría de Educación Pública. México.

Vázquez, Josefina Zoraida. “Los primeros tropiezos”. Historia General de México. El Colegio de México. México: 2000.

No hay comentarios:

Publicar un comentario