Otro
paseo era el de Bucareli, o Paseo Nuevo. Éste se ubicaba a las orillas de la
ciudad y, además de servir como sitio de recreo campestre, fue una calzada
ideal para las entradas triunfales de los virreyes, generales, y presidentes a
la ciudad de México a través de su historia. También fue lugar de festejo y de
desfiles, sus glorietas ornadas con fuentes o monumentos ofrecían los remates
armónicos a la avenida arbolada.
El
tercer paseo de la ciudad, y el más antiguo fue la Alameda, cuya construcción
se inició en 1592 a instancias del virrey don Luis de Velasco II marqués de
Salinas, que gobernó la Nueva España durante dos períodos: de 1590 a 1595
primero, y de 1607 a 16011 después.
Don
Luis de Velasco conoció la Nueva España desde pequeño, pues su papá fue también
virrey —don Luis de Velasco I, conde de Santiago— por catorce años, durante los
cuales tomó sincero afecto por el país. Ambos Luises se encargaron de defender
las condiciones de vida y trabajo de la población indígena, y promover obras
públicas que beneficiaran a toda la población sin distingos de raza o nivel
social. Éstas medidas les ganaron cierta animadversión de los españoles
peninsulares, sin embargo cada virrey pudo sortear las vicisitudes que les
correspondió en su tiempo.
En
el caso de las obras de Luis de Velasco II, fundó el Hospital Real y la Alameda
en su primer temporada (1590 – 1595), después fue transferido al Perú como
virrey, y regresó en 1607 para continuar la construcción del canal de desagüe
de Huehuetoca. Fue tan reconocida su labor en defensa de los indios de México y
el Perú, que fue promovido al Consejo de Indias en España, a donde viajó en
1611, y en donde moriría en 1617.
El
Paseo de la Alameda fue construido sobre terrenos del Mercado de San Hipólito en
1592 para el ennoblecimiento de México y
el desahogo de sus habitantes. Originalmente ocupó la mitad del terreno
perteneciente al mercado, hasta 1623 se decidió aumentar el área a su
dimensión final. Las calles que circundaron al flamante paseo fueron: al sur
(Juárez) de oriente a poniente las calles de Corpus Christi, del Calvario, y
del Hospicio de Pobres; al poniente (Dr. Mora) la de San Diego, al norte
(Hidalgo) de oriente a poniente: de la Mariscala, de San Juan de Dios, del
Portillo de San Diego (en la plazoleta de San Diego se instaló el quemadero de
la Inquisición); y al oriente (Ángela Peralta) la calle de Santa Isabel.
Durante
muchos años la Alameda se conservó llena de álamos y sauces que sombreaban sus
calzadillas y fuentes. Desde un principio se protegió con un cercado de
mampostería y herrería con puertas de acceso en medio de los lados largos del
paseo, para 1854 contaba también con accesos adicionales en las cuatro
esquinas. Para éstas fechas parte de las rejas que se implementaron provenían
de la Plaza Mayor (el Zócalo), de donde se habían retirado junto con el
monumento ecuestre de Carlos IV (el Caballito), que había cabalgado a la
glorieta del Paseo Nuevo, construida al final de la calle de la cárcel de la
Acordada, es decir, al final de lo que hoy es Avenida Juárez.
Hasta
el siglo XIX y principios del XX, la Alameda seguía siendo un preámbulo hacia
la salida de la ciudad, después el crecimiento de la urbe, el casco antiguo
junto con la Alameda se confinaron al Centro Histórico de la Ciudad de México.
Es
interesante destacar cómo las calles que circundan este paseo se han
transformado, y hoy los edificios de varias épocas salpican los alrededores:
Los
antiguos edificios virreinales tienen su representación con la Iglesia de San
Juan de Dios, la Plaza de la Veracruz, y el actual Hotel de Cortés, reciente y
felizmente intervenido por Grupo Habita sobre la calle de Hidalgo, y sobre
Juárez la antigua iglesia de Corpus Christi que exhibe los rastros de las
imágenes que tuvo labradas en su fachada originalmente que fueron removidas y
talladas durante la guerra de reforma. En la calle de Doctor Mora, parte del ex
convento de San Diego se ha transformado en el Laboratorio Arte Alameda y en la
Pinacoteca Virreinal de San Diego, ambos lugares visitables si es que les gusta
el arte moderno, y la lectura.
Hablando
de monumentos, en el lado sur de la Alameda está el Hemiciclo al presidente
Benito Juárez, Benemérito de las Américas, que fue inaugurado por otro
oaxaqueño que gobernó nuestro país durante un largo período: don José de la
Cruz Porfirio Díaz Mori. Donde antes se levantaba el convento de Santa Isabel,
que le daba nombre a la calle (hoy Ángela Peralta) se yergue el complicado
Palacio de las Bellas Artes, símbolo arquitectónico de principios de siglo XX
con su fachada Art Nouveau mexicanizado, y sus interiores —sobrios y
republicanos— Art Decó propios de la arquitectura posrevolucionaria. Y hablando
de la primera mitad del siglo XX, al poniente, sobre Doctor Mora, también
podemos visitar el Parque Solidaridad, espacio que alguna vez ocupó el famoso Hotel
Regis, de historia azarosa con fatal desenlace; y el Hotel Bamer, actualmente
en obra.
El
joven siglo XXI marca su paso en 2002 con las oficinas de la Secretaría de
Relaciones Exteriores del arquitecto Ricardo Legorreta, el conjunto Puerta
Alameda de Serrano Monjarraz Arquitectos, el Hotel Hilton (en lugar del Hotel
del Prado, víctima del sismo de 1985), y el Museo de Memoria y Tolerancia entre
otras construcciones.
Nuestra Alameda y las calles que la circundan son, pues, museos urbanos de la
historia de nuestro país.